“Cambio mi reino y todo lo que siento por una botella de ron”.- Hank Strugges
La hora de dormir llegó acompañada de una pregunta, de esas
que te quitan el sueño, que te hacen hablar con la almohada y que, para mi mala
suerte, me hacen pensar y reflexionar sobre temas que ni Sócrates, asesorado
por el mismísimo Marco Antonio Solís, podrían resolver: ¿A dónde vamos a parar?
La pregunta meramente filosófica, y la referencia musical,
sin fines propagandísticos y que denota un mal gusto, se quedó sin respuesta. La
bola de nieve y las dudas llegaron a mi confundida cabeza y yo nomás hablando
al tanteo y preguntándome una y otra vez lo mismo. La almohada se fue a dormir
antes que yo y me quedé escribiendo la anécdota como el borracho que se queda
despierto al final de la barra cuando ya han comenzado a limpiar.
Por eso aprovecho mis momentos de lucidez y creatividad
espontanea para tratar de resolver la pregunta inicial con un cuento meramente
ficticio (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).
Sucede que hace varios ayeres el muchacho la conoció en
algún bosque lejano, como en el que se perdió la chinita, pero nunca pensó que llegaría
a quererla tanto, y no me refiero a la chinita, sino a la persona que conoció
en ese bosque de coníferas, ella.
El bosque, estaba encantado por el hechizo de una bruja
malvada, protegida por magos y duendes, quienes habían escondido valijas con
oro.
Pero para no hacer el cuento largo, después de asesinar
varios dragones, recorrer largas distancias, subir al castillo, conseguir miles
de monedas, vencer al monstruo, ella lo conquistó a él, y él… sólo pudo llegar
al final de Mario Bross.
Evidentemente, la historia se pone mejor cuando los jóvenes
niños pasaron del bosque al bar, y ambos tenían ya tenían credencial para
votar. Los monstruos se convirtieron en mascotas y las monedas fueron
utilizadas para pagar la tarjeta de crédito.
Pasaron los días y las noches, copas de vino, cafés de
sirena, hot-cakes, pasta y paninis. Ahí fue cuando el muchacho descubrió que no
habría nadie como ella y que nunca la dejaría ir.
Caracho, dirían por ahí, qué dilema es esto: ¡Ya se enamoró!
Pero como en todas las historias, no todo es felicidad y
rosas. La bruja malvada les había lanzado una maldición que lo dejaría sin
cabello y ella perdería el gusto por los pasteles de chocolate.
Fueron días oscuros. El muchacho, como era de esperarse, decía
y hacía las cosas sin pensar, hablaba cuando tenía que callar y callaba cuando
tenía que hablar. Un tanto confuso el asunto. Estoy seguro que si le hubieran
dado un dólar por cada vez que hablaba sin tener la razón habría desfalcado a
Carlos Slim y se habría comprado un mejor peluquín que el de Donald Trump.
Mientras que la bella dama había sido maldecida con malas
ideas y pensamientos que provocaban su migraña de todos los días. Demonios del
pasado que la atormentaban para hacerla rabiar y explotar sin ninguna razón
aparente.
Pero como me gustan los proverbios decidí incluir uno… y el
muchacho decidió tomar al toro por los cuernos.
(De acuerdo con http://arqueologiadesenterrandolaverdad.blogspot.mx/,
dicha expresión no era ninguna metáfora para los antiguos minoicos de la edad
de bronce, cuya cultura se desarrolló en la isla de Creta entre los años 3000 y
1400 a.C., toda vez que dentro de sus ceremonias religiosas se realizaba la
"taurocatapsia", que consistía en efectuar acrobacias sobre el lomo
de un toro salvaje.)
Y como minoico que no era, les tomó la palabra. Pero como
vio que era muy riesgoso montar toros y lanzarse sobre ellos, decidió luchar contra
los monstruos, tomo su motocicleta y su espada
laser para combatirlos.
Recorrió un largo camino sobre su corcel de hierro para
enfrentar a los duendecillos del pasado y de los malos pensamientos, venció obstáculos,
el clima y la falta de wi-fi, hasta que llegó con la bruja malvada, pero no se
rindió.
Ella fue paciente, esperó a que su fiel caballero combatiera
por ella.
Después de una larga batalla, en la que no hubo confesiones
de algún lazo familiar como en la Guerra de las Galaxias, logró partirla a la
mitad, con lo que rompió el hechizo. Su cabellera volvió a lucir y ningún
chocolate les hacía engordar.
Y vivieron felices para siempre, tuvieron un husky siberiano
y le llamaron Betún.
Me tendrá que disculpar Sócrates pero su mayéutica me ha
servido para un carajo, no he logrado resolver mi pregunta inicial y me han
surgido más dudas existenciales.
¿Será tan malo liberar dopamina, serotonina y oxitocina, sentirnos
excitados, llenos de energía y tener una magnífica percepción de la vida? ¿Qué pasará
cuando los receptores neuronales se acostumbren a ese exceso de flujo químico,
y se necesite aumentar la dosis para seguir sintiendo lo mismo?, me pregunto.
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