15 sept 2015

La princesa, la bruja, Sócrates y sus preguntas


“Cambio mi reino y todo lo que siento por una botella de ron”.- Hank Strugges



La hora de dormir llegó acompañada de una pregunta, de esas que te quitan el sueño, que te hacen hablar con la almohada y que, para mi mala suerte, me hacen pensar y reflexionar sobre temas que ni Sócrates, asesorado por el mismísimo Marco Antonio Solís, podrían resolver: ¿A dónde vamos a parar?

La pregunta meramente filosófica, y la referencia musical, sin fines propagandísticos y que denota un mal gusto, se quedó sin respuesta. La bola de nieve y las dudas llegaron a mi confundida cabeza y yo nomás hablando al tanteo y preguntándome una y otra vez lo mismo. La almohada se fue a dormir antes que yo y me quedé escribiendo la anécdota como el borracho que se queda despierto al final de la barra cuando ya han comenzado a limpiar.

Por eso aprovecho mis momentos de lucidez y creatividad espontanea para tratar de resolver la pregunta inicial con un cuento meramente ficticio (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).

Sucede que hace varios ayeres el muchacho la conoció en algún bosque lejano, como en el que se perdió la chinita, pero nunca pensó que llegaría a quererla tanto, y no me refiero a la chinita, sino a la persona que conoció en ese bosque de coníferas, ella.

El bosque, estaba encantado por el hechizo de una bruja malvada, protegida por magos y duendes, quienes habían escondido valijas con oro.

Pero para no hacer el cuento largo, después de asesinar varios dragones, recorrer largas distancias, subir al castillo, conseguir miles de monedas, vencer al monstruo, ella lo conquistó a él, y él… sólo pudo llegar al final de Mario Bross.

Evidentemente, la historia se pone mejor cuando los jóvenes niños pasaron del bosque al bar, y ambos tenían ya tenían credencial para votar. Los monstruos se convirtieron en mascotas y las monedas fueron utilizadas para pagar la tarjeta de crédito.

Pasaron los días y las noches, copas de vino, cafés de sirena, hot-cakes, pasta y paninis. Ahí fue cuando el muchacho descubrió que no habría nadie como ella y que nunca la dejaría ir.
Caracho, dirían por ahí, qué dilema es esto: ¡Ya se enamoró!

Pero como en todas las historias, no todo es felicidad y rosas. La bruja malvada les había lanzado una maldición que lo dejaría sin cabello y ella perdería el gusto por los pasteles de chocolate.

Fueron días oscuros. El muchacho, como era de esperarse, decía y hacía las cosas sin pensar, hablaba cuando tenía que callar y callaba cuando tenía que hablar. Un tanto confuso el asunto. Estoy seguro que si le hubieran dado un dólar por cada vez que hablaba sin tener la razón habría desfalcado a Carlos Slim y se habría comprado un mejor peluquín que el de Donald Trump.

Mientras que la bella dama había sido maldecida con malas ideas y pensamientos que provocaban su migraña de todos los días. Demonios del pasado que la atormentaban para hacerla rabiar y explotar sin ninguna razón aparente.

Pero como me gustan los proverbios decidí incluir uno… y el muchacho decidió tomar al toro por los cuernos.

(De acuerdo con http://arqueologiadesenterrandolaverdad.blogspot.mx/, dicha expresión no era ninguna metáfora para los antiguos minoicos de la edad de bronce, cuya cultura se desarrolló en la isla de Creta entre los años 3000 y 1400 a.C., toda vez que dentro de sus ceremonias religiosas se realizaba la "taurocatapsia", que consistía en efectuar acrobacias sobre el lomo de un toro salvaje.)

Y como minoico que no era, les tomó la palabra. Pero como vio que era muy riesgoso montar toros y lanzarse sobre ellos, decidió luchar contra los monstruos,  tomo su motocicleta y su espada laser para combatirlos.

Recorrió un largo camino sobre su corcel de hierro para enfrentar a los duendecillos del pasado y de los malos pensamientos, venció obstáculos, el clima y la falta de wi-fi, hasta que llegó con la bruja malvada, pero no se rindió.

Ella fue paciente, esperó a que su fiel caballero combatiera por ella.

Después de una larga batalla, en la que no hubo confesiones de algún lazo familiar como en la Guerra de las Galaxias, logró partirla a la mitad, con lo que rompió el hechizo. Su cabellera volvió a lucir y ningún chocolate les hacía engordar.

Y vivieron felices para siempre, tuvieron un husky siberiano y le llamaron Betún.

Me tendrá que disculpar Sócrates pero su mayéutica me ha servido para un carajo, no he logrado resolver mi pregunta inicial y me han surgido más dudas existenciales.

¿Será tan malo liberar dopamina, serotonina y oxitocina, sentirnos excitados, llenos de energía y tener una magnífica percepción de la vida? ¿Qué pasará cuando los receptores neuronales se acostumbren a ese exceso de flujo químico, y se necesite aumentar la dosis para seguir sintiendo lo mismo?, me pregunto.